Contemplar la obra de Ismael Cerezo y Javier Borgoñós es todo un ejercicio gimnástico para las neuronas; la yuxtaposición de los materiales y técnicas, el duro y tosco hierro y el frágil y transparente vidrio, el martillo sobre el metal y el aire insuflado al calor del horno.
La pasta ardiente se convierte en insecto, éste en lámpara-luciérnaga. El hierro abraza al cristal, que se abandona a su caliente abrazo, y las chispas desprendidas al soldar pueblan el taller de estos artistas de color y movimiento. El material inerte cobra vida a manos de este artista, que rescata, recicla y resuelve el futuro de un hierro abandonado al que el azar ha querido conceder un último privilegio.