Dejar a un lado los convencionalismos en el arte suele ser una decisión indispensable en el ejercicio pertinaz de cualquier proceso creativo, pero no siempre resulta del todo entendido, no por ello tampoco descalificable como suele ocurrir en algunos pensamientos críticos constreñidos al pasado. Alejarse de los cánones que han caracterizado a ciertas disciplinas artísticas, como es el caso particular de la escultura, en la que el soporte (madera, metal, piedra, etc.) para muchos, es la esencia de la misma, dejó tiempo atrás de ser un estricto parámetro clasificatorio, hoy la acción de esculpir ha sufrido también su metamorfosis, ahora se estructura, se aglomera, se resignifica y es quizá su expansión en el espacio, es decir, el estricto sentido de la tridimensionalidad en la obra, la característica que hermana a los procedimientos, los engloba, y puede como tal, etiquetarlos como esculturas.